sábado, 19 de febrero de 2011

Galaxear en un plácido domingo

Después de muchos pensamientos inconexos alrededor de mi insumisión a celebrar San Valentín, he llegado a la conclusión definitiva y en proceso de patente sobre el enamoramiento. Por encima de los ramos de rosas y las cajas de bombones (y ahora, hasta pizzas, ¡olé!) en forma de corazón - y cuanto más grandes, mejor-, creo que la verdadera demostración del amor está en esos asquerosos domingos con cierzo y lluvia en los que hasta los perros suplican a sus dueños por no ser sacados a pasear. Puede sonar absurdo, y quizás hasta lo sea, pero sí, definitivamente el amor es la manifestación del deseo de compartir los ratos dominicales muertos. Todo ello dirigido a que, hasta puede que sea posible, que se convierta en uno de los momentos ansiados al comienzo de la semana. Quién te lo iba a decir... ¿verdad? Estar a lunes y desear que llegue el domingo. De locos. A mí, que de pequeño me entraba ya la fiebre sólo de pensar que era domingo y el día siguiente tocaba ir a clase.

¿Qué pruebas quieres más que estas? Y no sólo me refiero a un domingo sexual, que seguro que son los preferidos de todos y lo estáis pensando, sino de un domingo de capuchinos, de remolonear en la cama hasta que se te pegan las sábanas, de maratón de películas (y hasta no te importaría ver cine español), de cocinar pasta o de hacer algún postre hasta pringarte. Incluso los domingos de biblioteca son diferentes si estás con esa persona.

Quizás todo esto que os estoy contando os suene a tontería. Pero me da igual, porque mañana es domingo y sé con quién quiero/voy a pasarlo. Y eso me vale.





Para tí, por dos años inmejorables.

No hay comentarios: